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La chaqueta metalica


Título original: Full Metal Jacket

Año: 1987

Duración: 120 min.

País: Reino Unido

Director: Stanley Kubrick

Guión: Stanley Kubrick, Michael Herr, Gustav Hasford (Novela: Gustav Hasford)

Música: Abigail Mead

Fotografía: Douglas Milsome

Reparto: Matthew Modine, Vincent D'Onofrio, R. Lee Ermey, Adam Baldwin, Arliss Howard,Dorian Harewood, Kevyn Major Howard, Ed O'Ross, Gary Landon Mills, Sal López,John Stafford, Kieron Jecchinis, Ngoc Le, Papillon Soo Soo, Bruce Boa

Género: Bélico. Drama | Guerra de Vietnam. Ejército. Película de culto

Sinopsis: Un grupo de reclutas se prepara en Parish Island, centro de entrenamiento de la marina norteamericana. Allí está el sargento Hartman, duro e implacable, cuya única misión en la vida es endurecer el cuerpo y el alma de los novatos, para que puedan defenderse del enemigo. Pero no todos los jóvenes están preparados para soportar sus métodos

Todo corazón es la guarida de un animal feroz. El más grave error que puedes cometer con un hombre es provocar en el la salida de la bestia.

Ambrose Bierce

1. SOBRE LA CHAQUETA METÁLICA.

La chaqueta metálica (Full metal Jacket, 1987) se trata, junto a Apocalypse Now de Coppola de una de las películas míticas de guerra donde no se contempla a ésta precisamente desde la heroicidad, la gloria y la camaradería (entrega, sacrificio, etc.). La película del gran Stanley Kubrick, que ya había lanzado en los principios de su carrera un profundo alegato antimilitarista con Senderos de gloria (1957,) nos presenta con ese su peculiar objetivo cinematográfico cargado de objetividad, de una frialdad escalofriante, la absurdidad general de la guerra , la alienación del ser humano identificado con el rol de soldado, los supuestos valores que lo envuelven y el exceso de una autoridad que ejerce un poder obsceno en el camino de transformar un ser humano en soldado, un equivalente final del hombre entendido en términos de robotización y de material prescindible bajo la excusa de que sólo eso les permitirá sobrevivir en el campo de batalla. Posiblemente sea así, posiblemente muchos de ellos sobrevivan para quedar, no obstante, anímicamente aniquilados.


La película de Kubrick ha sido, en ocasiones, tildada de demasiado intelectual, de falta de emoción, comparada, por ejemplo, con Senderos de gloria… A mí, todo lo contrario, me parece el mejor abordaje que se ha hecho de la guerra, o más en concreto de una de las guerras modernas (que adelantaba ese futuro nuevo horror de los “daños colaterales”) como fue la guerra de Vietnam… Es una película hecha, por decirlo de alguna manera con la mirada del Coronel Kurtz de Apocalypse Now, una película hecha desde la aprobación del horror con la mirada “serena”, es decir, el mayor de los horrores posibles. La misma mirada que contempla el mundo, por poner otro ejemplo, con la mirada de Kafka, fría, objetiva en la descripción del horror que sufren sus personajes, perdidos en el mundo de la absurdidad, de una absurdidad horrorosamente descrita como cotidiana. Tan perdidos como se pierden los reclutas en el campamento de instrucción, tan perdidos como luego vagan los soldados en el campo de batalla, probablemente con el único fin de sobrevivir al enorme sinsentido que les toca vivir. Creo que los 45 primeros minutos de este película es uno de los mayores horrores que se pueden contemplar en lo que podemos llamar la aniquilación consentida del alma humana. La película de Kubrick es en este sentido inflexible, implacable: esta es la real dimensión de la guerra, un horror que no justifica ninguna otra emoción... El horror es la emoción por excelencia de la guerra, y el mayor horror es ese horror que lo aprueba con mirada serena.


El analista junguiano Robin Robertson narra en su libro Tu sombra, su propia experiencia en una Universidad militar (Texas A&M) donde nos describe los horrores que le tocó vivir producto de la disciplina del centro y de los propios compañeros de cursos superiores que vejaban a los recién llegados (lo que en el servicio militar eran las novatadas). Me parece muy interesante el comentario que hace al final de esta experiencia propia.


Las organizaciones del estilo de la A&M se crean con una intención positiva: enseñar a los jóvenes la disciplina que necesitan para hacer algo con su vida. Pero como hemos vista antes, algo bueno en demasía puede convertirse en algo malo. Es fácil interpretar que la necesidad de disciplina conlleva la necesidad de una obediencia total a les reglas de la cultura. La disciplina a veces requiere castigo. Con el tiempo, el castigo puede volverse tan exagerado que adquiera una existencia propia e independiente. Al final las reglas de la cultura y los castigos que apoyan esas reglas se ritualizan hasta el punto en que nadie recuerda su propósito original. A menos que organizaciones como la A&M (y las fuerzas armadas, las iglesias, los partidos políticos, las empresas, etc.) reexaminen constantemente sus propios procesos, la sombra se impondrá hasta llegar a la superficie como un factor de equilibrio necesario para equilibrar la distorsionada visión que la cultura tiene de sí misma [Hollis, James. Tus zonas oscuras. Kairós, págs. 38 y 39].


Dividida en dos partes, la chaqueta metálica empieza precisamente en un campo de formación de marines, los 45’ primeros. Es impactante esa escena inicial donde se rapa a los reclutas (sobre todo para los que tuvimos en su día que cumplir con el servicio militar), primer símbolo de la entrada en lo uniforme (más allá del uniforme militar propiamente dicho), el mundo del soldado, el mundo de lo militar. El campamento de formación o el cuartel, el régimen interno en el que transcurre éste proceso ya constituyen toda una simbología de esa separación que no se dice, pero que así es, entre lo militar y lo civil (y que tantas y tantas películas han puesto de relieve). Esa escena primaria indica algo muy claramente: entramos en otro mundo.


¿Y en qué mundo entramos? Entramos Justo a la escena que sigue al rapado de pelo: a la “bienvenida” al mundo militar que llega del sargento de artillería Hartman (un espléndido R. Lee Ermey que fue nominado al globo de oro, y quien en realidad, y antes de ser actor, fue sargento instructor del cuerpo de marines sirviendo catorce meses en Vietnam y luego en Okinawa, siendo retirado por razones médicas y aquejado de síndrome de stress postraumático). Bastan los cinco primeros minutos para saber en qué mundo hemos entrado, el mundo de los seres residuales, una forma del homo sacer de Agamben que ya vimos al hablar del núcleo patológico del capitalismo (ver página dedicada a la crisis):


A partir de ahora hablarán únicamente cuando les hable, y la primera y última palabra que saldrá de sus sucios bocas es SEÑOR. ¿Me entienden bien pendejos? […] Si alguno de ustedes nenas sale de esta isla, si sobrevive a este entrenamiento serán como armas, ministros de la muerte, siempre en busca de la guerra, pero hasta ese día son una cagada, lo más bajo y despreciable de la Tierra, ni siquiera algo que se parezca a un ser humano, una cuadrilla de desgraciados, una panda de mierda inútiles pasados por agua […] Aquí todos son igual de insignificantes.


Ese es el recibimiento donde ya todo queda dicho. A esto sigue otra muestra de despersonalización. A los reclutas se les quita el nombre, a partir de este momento tendrán un apodo, obviamente un apodo ridículo (recluta copo de nieve, recluta bufón, recluta patoso…). Y en ese contexto tenemos a nuestro protagonista: el recluta patoso (de nombre Leonard Lawrence, interpretado por Vincent D’Onofrio). Humillación, degradación, vergüenza y vejación, ese es el método más brutal por el que un ser humano es “uniformado”. Siguen a esta entrada una serie de escenas en las que el recluta patoso es objeto de todo tipo de vejaciones por parte de Hartmann.



Sin embargo, la escena más brutal es cuando Hartmann castiga a la compañía entera por las faltas y errores de recluta patoso en lo que es una clara incitación a la violencia por parte de sus compañeros hacia él. Violencia que, efectivamente, tiene su punto álgido cuando toda la compañía, en medio de la noche, le golpea brutalmente. Esta temática del linchamiento consentido en un cuartel militar fue también abordada en 1992 por el director Rob Reiner en la excelente película “Algunos hombres buenos” interpretada por Tom Cruise, Demi Moore y Jack Nicholson.

Tras este momento crítico poco a poco vamos asistiendo a la transformación del recluta patoso que culmina al final de esta parte de la película por aquello que llamamos “posesión por identificación con la sombra”. Toda la agresividad reprimida, toda el dolor contenido, toda la vejación sufrida, estallan en un momento como una explosión de violencia que se mueve hacia el exterior (mata al sargento Hartmann) y hacía sí mismo en un acto de suicidio de vuelta contra sí o retroflexión.


2. LA POSESIÓN POR IDENTIFICACIÓN CON LA SOMBRA.

Bajo ciertas circunstancias más o menos extremas, ya sean personales o colectivas, los individuos podemos identificarnos momentáneamente con nuestra sombra. En muchos casos se trata de arranques de ira o de violencia verbal que no van más allá. Pero ocasionalmente pueden llegar a más, a tanto como a la reacción final de nuestro recluta patoso en la que podemos observar una característica de la identificación de la posesión por la sombra; cuando esta nos desborda es una fuente de inyección de energía. Aunque como comenta James Hollis:


Es mucho el daño, deliberado o no, provocado por ciudadanos corrientes, que se han visto arrastrados por estas energías. Lo que negamos en nuestro interior acaba, más pronto o más tarde, reapareciendo en el mundo. Cuando nos vemos poseídos por la sombra, vertemos sobre el mundo gran parte de esta energía [Robertson, Robin. Tú sombra. Paidós Junguiana 12, págs. 153 y 154].


Y esa posesión puede adoptar formas verdaderamente seductoras (como es el caso de la posesión ideológica) o de formas explosivas altamente violentas y destructivas que llevan a los individuos a cometer actos atroces como los que finalmente envuelven a nuestro soldado.


Lo que aquí nos interesa es el efecto que el sargento Hartmann va a tener en la transformación que va a sufrir el recluta patoso. Podemos considerar esta relación como la que se establece entre el yo con un superyó sádico, tiránico y cruel. En este contexto lo peor que puede suceder es la exteriorización de este superyó en un otro exterior y que, por añadidura, se sostiene en un lugar de autoridad. Hartmann es la viva encarnación de un superyó brutal y obsceno (obsérvese el lenguaje grotesco continuamente sexualizado del sargento) que machaca hasta el fin el alma humana para, como bien dice, transformarla en simples máquinas de guerra, ministros de la muerte. Podemos observar en la relación, y ya desde el primer instante, toda la humillación y toda la vejación encaminada a este objetivo. Cuando los efectos de esta presión superan ciertos límites el riesgo es que, de repente, surja la Bestia que anida en el interior de todo ser humano, y que surja de una manera explosiva e irreprimible adoptando distintas formas de odio, violencia y destrucción.


3. LA SOMBRA DE LAS ORGANIZACIONES.

¿No es acaso mayor la Sombra de un grupo que la suma de las sombras de los individuos que la componen y no pueden acabar generando una dimensión de la inconsciencia totalmente nueva? ¿No se combinarán entonces las Sombras y proyecciones personales que aporte cada uno de los integrantes del grupo, generando una oscuridad todavía mayor?

Más allá de la reacción del recluta pastoso, toda la película de Kubrick (como también Apocalypse now de Coppola) refleja como decía Robin Robertson, y en este caso en una institución como la militar, el mundo del exceso encarnado en la autoridad, y sobre todo cuando está tan jerarquizada, tan fragmentada (desde el coronel del cuartel al cabo primero de la compañía). Quizá la mejor ilustración de esta autoridad sádica toma desafortunadamente, o la tomaba por lo menos en mi época, en las novatadas de los soldados (evidentemente consentidas por las autoridades militares) sobre los reclutas recién llegados. Algo dice esta actitud entre iguales, donde la única jerarquía es el tiempo que se lleve de servicio militar, sobre el ejercicio real de la autoridad en los cuarteles. Los soldados sacan su sombra sobre los reclutas como consecuencia en muchas ocasiones del ejercicio excesivo de una autoridad desmesurada que funciona a la manera de un superyó sádico despertando la sombra colectiva en las compañías de los cuarteles que acaba cebándose con los recién llegados. James Hollis, uno de los analistas junguianos que ha estudiado la dimensión de la sombra colectiva y su manifestación en distintas organizaciones humanas, desde gobiernos hasta empresas, indica acertadamente que:

Bajo el barniz civilizador de cualquier institución yacen las cuestiones arcaicas del egoísmo y la gestión de la ansiedad. Cuando estas dos amenazas se ven activadas , las instituciones, al igual que lo individuos abandonan la visión de los fundadores y experimentan una regresión que conduce a una u otra forma de fundamentalismo, y todos los fundamentalismos, a fin de cuentas, se ven motivados por el miedo y dirigidos por ideologías que prometen liberarnos de nuestros temores. [Hollis, James. Tus zonas oscuras. Kairó, pags.: 172] Precisamente esta mala gestión de la ansiedad ha llevado a atrocidades que van desde los genocidios de todo tipo, la inquisición o las recientes atrocidades de las cárceles de Abu Grahib o a la actual presión de los mercados (lo que creo que ya puede llamarse sin ambages totalitarismo capitalista) y cuyo único horizonte de interés es el beneficio. Recordemos que los motores de los mercados son la codicia (egoísmo) y el miedo (gestión de la ansiedad). Hoy los mercados pueden ser el nuevo fundamentalismo.


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