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Los santísimos hermanos


Título original: Los santísimos hermanos

Año: 1969

Duración: 12 min.

País: Colombia

Director: Rebecca Puche, Hernando Sabogal, Gabriela Samper

Guión: Hernando Sabogal

Fotografía: Hernando Sabogal

Reparto: Documentary

Género: Documental | Cortometraje

Sinopsis: Este documental trata sobre una misteriosa secta mesiánica formada por campesinos, que huyeron de la violencia de los años cincuenta y se internaron en las montañas del sur del Tolima. Sus miembros se visten con costales, tienen su propio dialecto y conciben todo como "santísimo", menos el costado derecho de su cuerpo, el cual castran cubriéndolo con el "santísimo abriguito", ya que es su lado maldito. Este grupo rechaza los valores de la sociedad de consumo, las instituciones establecidas y los partidos políticos. Cree en el Apocalipsis y pregona el fin del mundo en sus peregrinajes por pueblos y veredas


En la diversa y agitada vida de Gabriela Samper (1918-1974, varios matrimonios, con hijos en cada uno de ellos; teatro; programas radiales para niños; estudios en Estados Unidos; empresaria de publicidad para cine y televisión; arresto por acusación de complicidad con la guerrilla) hubo aún lugar para realizar documentales de inspiración etnográfica. Gracias a su relación con el camarógrafo Ray Witlin, a sus 43 años descubrió la capacidad del cine para registrar las realidades escondidas de su país: la cultura campesina.

El más atractivo de sus documentales fue Los santísimos hermanos, sobre una secta aparecida en Cundinamarca en el período de la violencia apocalíptica y demencial. Además de anunciar el fin del mundo, para malos y buenos, se vestían ocultando con costales (el «santísimo abriguito») el lado derecho del cuerpo, porque era el «maldito». En una solicitud de apoyo económico a la Fundación Guggenheim, Samper explicaba: «Estoy trabajando en equipo con dos jóvenes universitarios: una psicóloga [Rebeca Puche] y un antropólogo [Hernando Sabogal], ambos estudiantes, en un documental en 16 milímetros, blanco y negro, sobre una secta campesina: Los santísimos hermanos. En esta ocasión hemos filmado, fotografiado y grabado con nuestros escasos medios económicos y logrado después de seis meses de trabajo sin remuneración, un copión, sonido magnetofónico».

En esa descripción están implícitos los rasgos del documental: el fascinante registro de individuos de la secta y una fotografía de principiante que le deja al espectador el ansia de ver más sobre esos personajes. De todos modos, existe lo que existe, y eso es «único» en la historia artística, social y política del arte colombiano. Tan poco se ha estudiado a esa secta (salvo una tesis) que sin la película de Samper prácticamente se desconocería. El documental le da vida permanente a un fenómeno de culto entre demencial y fantástico, que en aquellas escenas en que los «santísimos hermanos» aparecen en las calles de la ciudad, entre paseantes apáticos o sorprendidos, y en las mismas tomas con la policía (que acabó reprimiéndolos off cámara), parecen seres surgidos de la Edad Media en medio de la Edad Moderna.

Es como si Los santísimos hermanos valiera en sus dos elementos fundamentales del cine: la imagen y la banda de sonido, que solamente en una instancia coinciden cuando aparece Joaquín explicando su dogma). En las imágenes tenemos hombres, mujeres y niños (y niñas hermosas), aunque solamente veamos una parte de sus caras. Lo extraordinario es que Gabriela Samper haya tenido acceso a una secta cerrada, tal vez porque a la misma le interesara exponer al público su ideología apocalíptica, y mostrar que eran pacíficos a pesar de sus apariencias extrañas. Gracias a ese acceso tenemos hoy un documental que es a la vez un documento.

No es limitación del documental que no explique origen, presencia y destino de la secta en la comunidad colombiana o en su aislamiento en las montañas. Justamente ésa es su virtud: no ser periodístico. En su banda de sonido no hay locutor, sino que uno de ellos expresa su ideología. Y la alocución es apasionante por la lógica verbal que no se aleja de la nuestra, pero cuya retórica apocalíptica incluye tanto un uso repetitivo y poético del lenguaje cuanto una constante redefinición del léxico: «La santísima humillación es lo que vulgarmente llaman sentencia»; «santísima cosechita que vulgarmente llaman conciencia de cada criatura»; «nuestro santísimo broncesito que vulgarmente llaman santísima tierrita»; «santísima labranza que vulgarmente llaman sementeras»; «santísimos piojeritos que vulgarmente llaman plagas»; «santísima agonía que vulgarmente llaman hambre».

La rebeldía de la secta estaba en esas definiciones ácratas de profundo contenido político e ideológicamente subversivo: «…Las cuevas de forajidos, cuatreros, hampones, todo eso que llaman palacios presidenciales, gobernaciones, cuarteles, alcaldías, inspecciones, todo lo más moderno y donde hay más injusticia, todo eso será lo primero que irá cayendo de una forma u otra, por las santísimas aporcaditas…». No hay redención ni esperanza: los santísimos mansos que ejercían la santísima caridad, la santísima piedad y el santísimo amor por sus hermanos, «quedará para lo último», pero todo será igualmente destruido. Esta ideología catastrofista no podía ser tolerada en la sociedad colombiana y, de hecho, la secta desapareció. Sobrevive gracias al cine y al talento de Samper.

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