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Araya


Título original: Araya

Director: Margot Benacerraf

Año: 1959

Duración: 90 min.

País: Venezuela

Guión: Margot Benacerraf, Pierre Seghers

Música: Guy BernardBernard

Fotografía: Giuseppe Nisoli

Genero: Documental | Vida rural

Sinopsis: “Araya" es una salina natural, ubicada al nordeste de Venezuela en la Península del mismo nombre, cuyos recursos han sido explotados manualmente por largos años. Margot Benacerraf plasma en imágenes la vida de los "salineros" y sus artesanales métodos de trabajo, antes de que estos definitivamente desaparezcan a consecuencia del arribo de la explotación industrial con avances tecnológicos.

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Poema visual y documental. Una gran sensibilidad plástica, un sentido de la historia y de la geografía humana, del espacio y el tiempo, hacen de Araya no sólo un documento importante sobre un pueblo ante su eventual desaparición, como podría haber sido su legítimo propósito, sino una obra de arte, y un testimonio puro sobre los seres humanos y el trabajo, en una zona del planeta que, extensivamente, es todas las zonas del planeta. En 1958 Margot Benacerraf tomó los elementos de la naturaleza, el agua, las nubes, la tierra desértica y el mar, y con ellos y la voz humana (una narración originariamente grabada en francés por el actor Laurent Terzieff) comenzó a narrar la historia de Araya, la inmensa salina que hacia 1500 atrajo a piratas, vio la construcción (y luego la demolición) de una fortaleza y congregó a decenas de seres humanos. Cuatrocientos cincuenta años después, la película se plantea el ubi sunt: qué fue de Araya, en qué se ha convertido, qué podrá ser en el futuro.

En una impresionante panorámica, la cámara descubre a los seres humanos, unidos por el trabajo continuo, de sol a sol, así como más tarde (casi al término de la película) irrumpen sorpresivamente las máquinas: la modernidad, la industrialización. Después de narrar la historia colectiva, la película se concentra en las vidas de varias familias, algunas de trabajadores en las minas de sal, otros pescadores de la región: Beltrán Pereda, así como Fortunato, César, Tonico, trabajan en la salina, viven en Manicuare, y forman una cadena biológica por la cual «los gestos de la sal serán indefinidamente retransmitidos»; Dámaso Salazar, dedicado a «cortar la sal», así como Petra a empacarla; o Adolfo Ortiz, el pescador.

Al seguir a estos personajes, individualizando su visión, la película alcanza un propósito narrativo, ausente en los documentales tradicionales, pone el énfasis en lo específico de estas vidas humanas y hace interesantes sus historias maceradas sobre el trabajo ininterrumpido, eterno. Desde el caso de la alfarera que «no conoce el torno», hasta los vecinos que se agolpan a recoger el agua que trae el camión cisterna, pasando por el bosque de guaranache («el único en toda la península»), o el cementerio marino que en vez de tener flores tiene caracolas, la película recoge esta cultura y la expresa con innegable belleza. Entre otros rasgos, es admirable cómo enfatiza el sentido rítmico, ritual, del trabajo mismo, en imágenes que permiten intuir sentidos del trabajo que van más allá de la simple ejecución utilitaria, a conformar parte de una concepción de la vida. Por eso, la irrupción final de las máquinas contrasta con esos rituales.

Singular, sin embargo, es que la interioridad esté casi desterrada del documental, como si Benacerraf se hubiera propuesto respetar ese mundo apenas vislumbrado; en consecuencia, la película sólo fugazmente entra en las casas (una breve secuencia, al final) o en las mentes de sus personajes. Araya fue realizada en 1958 y era la segunda película de Benacerraf (después de Reverón, 1952); se presentó en el Festival de Cannes, donde fue distinguida. Sólo 18 años más tarde se estrenó en Venezuela. Desde entonces ha sido considerada con justicia una obra inigualable, inclasificable, insuperada y enteramente viva a pesar del tiempo transcurrido.

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