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Z


Título original: Z.

Año: 1969

Duración: 127 min.

País: Argelia

Director: Constantin Costa-Gavras

Guión: Jorge Semprún

Reparto: Yves Montand, Jean-Louis

Trintignant, Irene Papas, Jacques Perrin, François Périer, Pierre

Dux, Charles Denner, Marcel Bozzuffi

Sinopsis: En un país regido por una corrupta democracia, donde el gobierno utiliza a la Policía y al Ejército para erradicar cualquier amenaza izquierdista, un diputado de la oposición es asesinado en plena calle cuando acababa de presidir un mitin de carácter pacifista. De la investigación del caso se encarga un joven magistrado, consciente de que se trata de un crimen político cometido por dos sicarios a sueldo. Al mismo tiempo, un ambicioso periodista se servirá de métodos poco ortodoxos para acumular pruebas que inculpen a varios militantes de un partido de extrema derecha, los cuales, a su vez, atribuyen la responsabilidad del atentado a altos cargos de la policía y del ejército.

Comentario:

Junto con Gillo Pontecorvo y Francesco Rosi, el cineasta greco-francés Constantin Costa-Gavras ha sido el máximo representante del cine político, corriente surgida a mediados de los años 60 y definida por su carácter marcadamente reivindicativo e izquierdista. Actualmente este autor es conocido por una serie de obras que ponen de manifiesto su ideología política por medio de la aproximación a los diferentes conflictos que han atenazado al mundo durante el siglo XX. Conflictos tales como el colaboracionismo del gobierno norteamericano en el golpe de estado de Chile (Desaparecido), la Checoslovaquia estalinista (La confesión), la Francia del régimen de Vichy (Sección especial) o la problemática palestino-israelí (Hanna K). No obstante, la película que dio fama internacional a este autor fue Z (1969), que abordaba el asesinato del líder pacifista Grigoris Lambrakis como causa inmediata de la dictadura de los coroneles griegos.

La novela de Vassili Vassilikos que recoge este hecho fue a parar a manos de Costa-Gavras gracias a la recomendación de su hermano. Tras el golpe de estado en Grecia, el cineasta sintió la necesidad de trasladar la historia a la gran pantalla y, para ello, contó con la inestimable ayuda del escritor Jorge Semprún. La colaboración de ambos dio como resultado un guión que recogía con detalle las desafortunadas circunstancias que condujeron a la muerte del diputado Lambrakis, sin aludir específicamente al país natal de Costa-Gavras. De todos modos, si bien esta indeterminación geográfica fue una decisión voluntaria, no fue menos deliberada la idea de corroborar la implicación política de los autores mediante el siguiente rótulo que aparece durante los títulos de crédito:


Cualquier parecido con acontecimientos reales, personas vivas o muertas, no es fruto del azar. Es voluntario (Costa-Gavras y Jorge Semprún)


Tras semejante declaración de intenciones era de esperar que los hechos acaecidos fueran escrupulosamente retratados.

Lambrakis fue víctima de un atentado político que

tuvo lugar en Salónica el 22 de mayo de 1963, el mismo día que presidió una reunión contra la instalación de una base de misiles en territorio griego. Fue arrollado por un motocarro a la salida del teatro y falleció después de sucesivas operaciones craneoencefálicas efectuadas por los médicos a lo largo de dos días durante los cuales se debatió entre la vida y la muerte. La posterior autopsia determinó que no se trataba de un accidente ya que las fracturas presentadas sólo podían haber sido hechas con un objeto contundente. Este dictamen médico desestimaba la hipótesis de que los traumatismos se hubiesen debido a la caída del cuerpo.

La investigación del caso fue llevada a cabo por el juez Khristos Sartzetakis, hijo de un oficial de la gendarmería y persona políticamente imparcial, que descubrió la connivencia entre los grupos ultraderechistas, el ejército y la policía. De esta connivencia, se derivó el complot político que puso fin a la vida de Lambrakis y que fue llevado a los tribunales, dictándose ridículas sanciones contra los artífices del crimen y veredictos de absolución para los oficiales que habían organizado el atentado. Ante la indignación general, el presidente del gobierno Konstandinos Karamanlis dimitió de su cargo. Poco después, la Unión de Centro se alzó con la victoria en los comicios celebrados en 1964, pero el golpe de estado de los coroneles acabó con la libertad de voto e impuso una férrea dictadura militar. El tiempo dio la razón a aquellos que se movilizaron a raíz de este escándalo, quienes pudieron ver cómo en 1985, Khristos Sartzetakis, cesado como juez durante todo este periodo, fue nombrado presidente de la República Griega.

Costa-Gavras muestra en Z todo lo concerniente al affaireLambrakis y, en un epílogo final, explica el advenimiento del régimen fascista como reacción a la actitud de protesta liberadora del pueblo. El verdadero talento de este cineasta se halla en la estructura dramática empleada para narrar los hechos. Si bien conocemos las amenazas que se han difundido contra la persona del diputado (Yves Montand) desde el mismísimo arranque del film, la revelación de todo el entramado político y de la confabulación entre las autoridades policiales y los sicarios del atentado se va produciendo paulatinamente por medio de una inteligente estructura de flash backs. La primera hora de película nos muestra los hechos y la segunda realiza constantes saltos temporales de presente a pasado para darnos a conocer las causas ocultas y la existencia de un complot previo que desmiente la idea del accidente que sostiene la policía.

El pluri-perspectivismo que revela las distintas declaraciones de los testigos nos transmite una rápida sensación de inestabilidad política que se transforma en una visión amenazadora del entorno. La sensación de caos e inseguridad dentro de la Grecia del momento está reflejada en Z de un modo escalofriante que impacta inicialmente en el espectador para producirle, al término de la película, un sentimiento de solidaridad hacia las naciones oprimidas por regímenes dictatoriales.

No obstante, este retrato requiere de una simplificación y un maniqueísmo en los personajes que no siempre resulta grato para el público. La benevolencia con la que Costa-Gavras admite cualquier actitud de la izquierda y sus colaboradores contrasta con la imagen caricaturesca y despectiva, excesivamente obvia, que nos aporta sobre los oficiales del ejército y la policía. Por otra parte, el realizador greco-francés se empeña en mostrarnos, con sutiles pero llamativos flash backs, la vida íntima del diputado con su esposa (Irene Papas) y su labor de médico para dárnoslo a conocer en su faceta más humana. Al afrontar la reivindicación contra un capítulo infame de la historia moderna de Grecia, el empleo de este vehículo disimuladamente tendencioso se pone de relieve como un efectivo artilugio de sensibilización para el espectador. La finalidad del relato estimula al público a aceptar el medio utilizado aunque éste pueda ser tildado, en ocasiones, de manipulador.

A pesar de ello, la contundencia del estilo cinematográfico de Costa-Gavras queda demostrada con creces a través del uso envidiable de las convenciones del thriller. Esto contribuye decisivamente a la hora de proporcionar al film una consistencia narrativa que se alza como virtud principal para construir un discurso político. A tal efecto, merece un especial elogio la labor de montaje realizada por Françoise Bonnot, quien se convertiría en colaboradora habitual del autor de Z.

Otro elemento de peso, sobre todo a la hora de situar alusivamente el escenario geográfico de esta historia, es la banda sonora compuesta por el músico griego Mikis Theodorakis, popularmente conocido por la partitura de Zorba el griego (1964). Los acordes de este estilo de música tan tradicional y autóctono nos remiten de inmediato a la idea más universal de Grecia, aunque obviamente la película no pudo ser rodada allí debido a la coyuntura política del país.

Z se rodó en Argelia, país que aportó parte del presupuesto con el que se subsanaron los problemas financieros. En ese sentido, la ayuda del actor Jacques Perrin, que en el film interpreta a un fotógrafo, fue la más decisiva para que el proyecto pudiera salir adelante, ya que fue quien asumió la producción desde un primer momento.

El éxito de la película fue inesperado y se debió en gran parte a la efervescencia del Mayo francés y del movimiento hippie, que apoyaron el mensaje reivindicativo y liberador que postulaba Costa-Gavras para su país. En España, fue prohibida por la censura franquista y no pudo estrenarse hasta 1977. Otros países como México, Portugal, Marruecos, Brasil y la India tampoco tuvieron acceso a esta obra por razones políticas. Y, por supuesto, en Grecia fue tajantemente prohibida.

La repercusión de Z fue tan grande que, a pesar de la precariedad de medios con que fue rodada, se alzó con cinco nominaciones a los Oscar de Hollywood de 1969, convirtiéndose en el primer film nominado simultáneamente en las categorías de Mejor Película y Mejor Película Extranjera (premio que ganó junto con el de Mejor Montaje). En el Festival de Cannes, consiguió el reconocimiento público al otorgársele el Premio del Jurado y el Premio al Mejor Actor para Jean-Louis Trintignant, que realizó una de las interpretaciones más soberbias de su carrera encarnando el personaje del juez.

Históricamente, el film ha jugado un papel decisivo en la evolución de un género tan importante en la década de los 70 como fue el cine político. Es por eso que aún hoy en día, cuando este género ha perdido gran parte de su popularidad tanto entre la crítica como entre el público exigente, Z sigue ocupando un lugar de honor entre las obras nacidas a la luz de esta corriente, ya sea tanto por su calidad artística como por su carácter pionero.



 
 
 

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